martes, 10 de marzo de 2009

VaNDaLiSMo eN LaS auLaS


Violencia en las aulas, adolescentes que agreden a sus padres, reyertas y puñaladas a las puertas de los colegios, vandalismo en las calles de las ciudades, peleas entre bandas juveniles, acoso sexual entre niños, palizas a profesores...

En tan sólo cinco años los delitos cometidos por menores en nuestro país se han triplicado. Más de la mitad de los agresores, el 57 por ciento, son extranjeros.

Los servicios sociales de la capital siguen de cerca la evolución de los casi cinco mil menores que delinquen cada año.

Pero donde más se concentra la violencia es en las grandes ciudades.

Y es que la violencia juvenil crece cada día hasta llegar a límites estremecedores. El caso más reciente, el crimen de Berga, en el que un joven de 22 años fue apuñalado por un grupo de chicos entre los que había siete menores, ha vuelto a poner sobre la mesa la gravedad, ya casi cotidiana, de este tipo de sucesos. El arma homicida, una navaja que puede comprarse en cualquier tienda, fue también el instrumento con el que cinco chavales– tres de ellos menores– acabaron en abril con la vida de un ecuatoriano de 29 años en el madrileño barrio de Arganzuela. También dos adolescentes, esta vez en Carabanchel, dieron a principios de mayo una brutal paliza de muerte a un vigilante del hospital Doce de Octubre.

Desde la Fiscalía de Madrid se alerta además de que la delincuencia juvenil es cada vez más violenta y peligrosa. «La falta y el delito de hurto y robo están dando paso a la agresión, la violencia gratuita por niños y adolescentes, quienes argumentan que mediante la violencia se sienten personas y que a través del miedo de las otras confirman su propia existencia», asegura Javier Urra, psicólogo de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y de los juzgados de Madrid y ex defensor del menor.

Los menores en conflicto social, asegura Urra «pueden ser más fácilmente víctimas de fallos graves educativos y convertirse en agresores». La pérdida de normas y la mala adaptación social producen, a su juicio, «incapacidad para ponerse en lugar del otro, insensibilidad y amoralidad».

Los servicios sociales de la capital siguen de cerca la evolución de los casi cinco mil menores que delinquen cada año. De ellos, más de la mitad, el 57%, son extranjeros, y el resto españoles. En cuanto a los foráneos, el 32,4% eran magrebíes; el 13,9, iberoamericanos; y el 7,94, de los países del Este, una situación que ha llevado al juez decano de la Comunidad de Madrid, José Luis González Armengol, a solicitar que se firme un convenio de cooperación con Marruecos para que estos menores cumplan las penas en los centros de su país.

El fenómeno de la violencia juvenil también tiene su reflejo en los conflictos escolares. Se ha pasado de riñas propias de la edad a agresiones mortales. En septiembre del año pasado, el suicidio del Jokin conmocionaba a la sociedad. Con 14 años se lanzó al vacío desde la muralla de su pueblo, Fuenterrabía (Guipúzcoa). En la muerte encontró el remedio para poner fin a las palizas y vejaciones que sufría de manos de varios compañeros. La autopsia demostró que tenía hematomas en cinco partes diferentes de su cuerpo. Desgraciadamente no es un caso aislado.

El pasado 24 de mayo, Cristina, de 16 años, se arrojaba por el puente de la Libertad de Elda (Alicante). Frente a Jokin, la joven sí denunció la violencia que padecía por parte de unas alumnas. Un desenlace menos dramático ha tenido un chico valenciano de 15 años, que, también víctima de agresiones, dos días después de la muerte de Cristina, intentó clavarse unas tijeras para acabar con su vida. Dos menores de su colegio fueron acusados de vejaciones y de atentar contra la integridad moral del joven. A principios de junio, la violencia juvenil se repetía en un instituto de Hospitalet de Llobregat. Tres chavales de 16 y 17 años resultaban heridos por arma blanca. Sus agresores, tres alumnos de su mismo colegio, de 15 y 16 años. Según el psiquiatra infantil Ignacio Avellosa «el verdugo necesita dos cosas: una víctima y un grupo de alumnos que le reconozca como autoridad. Agredir a una víctima es avisar de su existencia: o se está conmigo o se está contra mí y ateneos a las consecuencias».

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